LA OSCURIDAD MÁS CLARA

Isabel Rivera
Redactora
Luego de muchos años sin viajar, mi familia decidió hacer una visita a Huánuco, específicamente a un pueblito llamado Malconga, donde se encontraba la mayoría de parientes de mi padre. Realmente ese viaje fue inolvidable. ¿La razón? Me perdí con apenas 6 años de edad.
Sentadas en la agencia Bahía Continental, mi mamá, mi hermana y yo esperábamos a que nos llamaran para abordar el bus que salía a las 11:00 pm. Mi padre no pudo acompañarnos al viaje por asuntos de trabajo.
Después de una larga espera subimos al bus.
Luego de estar 8 horas en el bus y que mi mamá estuviese cuidándome para no tener ningún accidente durante el trayecto, llegamos al paradero final, donde se encontraba mi tío esperándonos con su moto-taxi para recogernos y llevarnos al pueblo de Malconga para ver al resto de la familia.
En 40 minutos nos encontramos con abrazos y besos en la mejilla por parte de mis tías, primas y primos. El lugar era tan hermoso de día, que no me advertí lo peligroso que podría ser de noche. Esa tarde la pase de maravilla. Sentí una gran calidez, porque eso es lo que provoca estar rodeada de personas tan nobles y buenas.
Sin embargo, esa misma noche, le perdí el gusto a los dulces, porque alrededor de las 7:00 pm quería golosinas. Entonces mi madre, después de verme suplicar tanto, me dio el dinero para comprarme lo que yo quisiera. Fui acompañada de un primo, quien me llevó hasta la pequeña tienda donde compré lo que quería y luego retornamos a casa.
El camino era tan oscuro que penas se podía ver por dónde pisabas. Solo estaba la luna como luz, pero no era suficiente. Mi primo se encontraba a pocos centímetros adelante, pero al apartar mi vista de él por unos segundos, ya no logré verlo.
Cuando desapareció por completo de mi vista, sentí cómo mi corazón empezaba a acelerarse. Empecé a sudar, me temblaba el cuerpo. Lo único en lo que pensaba era en mi mamá y hacia dónde debía ir, y pues, decidí ir hacia adelante.
Luego de varios minutos caminando y de no ver a nadie, la situación para mi empeoraba. Solo tenía 6 años. No sabía qué hacer. Seguí caminando y empecé a ver unas lápidas. Llegué a la conclusión de que estaba en el cementerio del pueblo.
Mi corazón se aceleraba más y más. Empecé a llorar desconsoladamente, me sentía tan sola, sin saber a dónde ir o cuánto tiempo seguir esperando a que algo suceda, con el miedo de que alguien se acercará y me hiciera daño. De pronto, alguien me agarró con fuerza desde atrás. Para mi gran alivio, esa persona era mi madre, quien me abrazó con fuerzas y regresamos a la casa de mi tía.
Quizás fue poco el tiempo que estuve extraviada, pero estar en la oscuridad hizo que se aclarara ante mis ojos la realidad de Malconga y la de varios pueblos del Perú: no tener luz en sus calles y caminar con miedo durante la noche. Esa oscuridad, fue la luz de la realidad peruana.